Mi historia comienza en el año 1240, tras los silenciosos muros de piedra de la Abadía de Leffe, donde los canónigos premonstratenses elaboraban cerveza no por lucro, sino por propósito: ofrecer una bebida segura y nutritiva en una época en la que el agua podía ser peligrosa.
Su sabiduría fluía en cada gota, y durante siglos, su cerveza sostuvo a peregrinos, aldeanos y viajeros cansados por igual.

Como muchas cervecerías monásticas, mi voz se apagó durante la Revolución Francesa.
Mis bodegas quedaron en penumbra, mis barriles vacíos… hasta que, en 1952, el Padre Abad Nys y el cervecero Albert Lootvoet encendieron nuevamente la llama.
Juntos, devolvieron a la vida la receta sagrada, y así yo — Leffe Blonde — renací.
Desde entonces, llevo el espíritu de la abadía en cada copa dorada que me sirve.

Con notas de vainilla, clavo y suaves especias, equilibro la dulzura de la malta con una amargura delicada, en una armonía refinada pero cercana.
Mi cuerpo dorado brilla como la luz de una vela en una capilla, y con 6.6% de alcohol, transmito una fuerza serena.
Disfrútame con quesos, mariscos o buena compañía, porque soy más que una cerveza —
soy un capítulo de historia en tu copa.